miércoles, 24 de abril de 2013

La cojta

Hola amiguitos, como sabrán en estos días hubo una reforma al artículo 27 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, lo cual, según reporta “La Jornada” permitirá a extranjeros la compra de bienes inmuebles en las playas y litorales mexicanos siempre y cuando convengan ante la Secretaría de Relaciones Exteriores en considerarse como nacionales.

A diferencia de lo que anuncian los posts en Facebook, los legisladores NO vendieron los territorios fronterizos a sombríos poderes malignos de origen forastero, simplemente se limita a permitir que los extranjeros adquieran tierras en la zona restringida, esto es la franja de 100 kilómetros en la frontera y de 50 en playas, condicionando su adquisición a cuatro razones:

• Que el uso de las tierras sea destinado para vivienda única y exclusivamente.
• Que el uso de las tierras no tenga un uso comercial, industrial, agrícola o cualquier otro que implique explotación económica directa o indirecta que derive de un uso a la vivienda o casa habitación.
• El extranjero deberá convenir con la Secretaría de Relaciones Exteriores en los términos de la fracción I, del párrafo noveno, del artículo 27 constitucional.
• Y en caso de que las tierras sean destinadas a un uso distinto a la vivienda, la ley establecerá los procedimientos para que el extranjero pierda los bienes adquiridos en beneficio de la nación.

Me parece importante que como ciudadanos pongamos especial atención a los asuntos que nos afectan y seamos críticos con las decisiones de nuestros “representantes”. Sin embargo, es bastante desgastante la saturación de juicios miopes y radicales que se pronuncian en contra de resoluciones como esta con tan sólo una somera y parcial cantidad de información con respecto a la problemática. Para empezar, déjenme compartirles de manera breve el origen histórico de la disposición que prohibía a extranjeros hacerse de territorios en la franja de 100 kilómetros en la frontera y de 50 en playa.

Todo se remonta al siglo XIX cuando se le encargó a varias comisiones científicas definir las fronteras del naciente estado-nación mexicano. Dichos grupos de trabajo delimitaron los límites del territorio nacional, con ciertos objetivos como el de ayudar a los habitantes del mismo a identificarse con él. Ahora bien, no es un secreto que el período decimonónico se caracterizó por su gran inestabilidad política, y si a esto le sumamos las limitaciones tecnológicas y las inexistentes vías de comunicación, debemos comprender que esta empresa fue complicada y tardada. Inclusive, en el proceso se atravesaron hechos históricos como la invasión de colonos norteamericanos en el territorio de Texas, y la llegada de ingleses (con todo y esclavos africanos) a la zona que pasó de llamarse “sur de Yucatán” a Honduras británica, hoy Belice.

Es por ello que el gobierno mexicano, además de dejar muy en claro sus límites territoriales en tratados firmados con los vecinos durante el XIX, impuso candados para evitar el establecimiento de colonos extranjeros en las zonas fronterizas que perduraron hasta, bueno, principios de esta semana. Ahora que estos candados se han aflojado, no puedo ignorar el hecho de que el reclamo principal sea de índole nacionalista.

La identidad nacional se compone de elementos como la historia, geografía y ciertos arquetipos culturales que mantienen cohesionada a la población dentro del territorio del estado nación y lo legitiman como forma de gobierno, es decir, como la estructura de poder y monopolio de la violencia física legítima. En el caso mexicano además ha cumplido una función importantísima para homogenizar a un territorio tan extenso y diverso, tanto en ecosistemas, como en pueblos originarios y descendientes de grupos colonizadores (españoles, africanos, alemanes, libaneses, etc.). Para los ciudadanos mexicanos la identidad nacional empieza a forjarse desde la etapa de socialización primaria, y desde mi opinión, es dogmática, sagrada, e inamovible, como una religión, con todo y sus símbolos, profetas, significados y sobre todo un código de comportamiento. El que le va a Brazil en un partido de futbol entre México y el país sudamericano, es excomulgado de la sociedad. El que se asume como mixe o totonaco en lugar de cómo mexicano es un pobre diablo ignorante, atrasado y que se opone al progreso.

Es por ello que me tomo con MUCHÍSIMAS reservas cualquier actitud relacionada al nacionalismo. Y ver que la gente se molesta por la reciente reforma sólo con ese argumento se me hace vacío y ramplón. En especial cuando se trata de una medida para otorgar certeza jurídica a los extranjeros que de hecho YA están establecidos en ciertos territorios como las costas mexicanas. Pero eso sí, siempre con espíritu de solidaridad nacionalista, la gente exige un trato digno para los coterráneos oprimidos por gobiernos abusivos en países extranjeros. Pero a los foráneos en México, que los muerda un perro, esta es nuestra patria que los mártires y un ángel nos regalaron y que se larguen los gringos si no les gustan nuestras reglas.

Sobre todo me causa conflicto porque, ¿no se supone que todos odian al gobierno y a los diferentes órganos de administración pública? Entonces ¿por qué desacreditan a los extranjeros con argumentos que usa el estado nación que tanto odian para legitimarse y oprimirlos? De cualquier manera repudiar el ingreso de gente de origen foráneo no deja de ser una actitud sumamente xenofóbica. Les tengo una noticia: desde SIEMPRE los grupos humanos no han vivido confinados en pedazos de tierra por la eternidad, se mueven, crecen, interactúan e intercambian unos con otros, y hoy en día muchísimo más con los medios de transporte y de comunicación que aceleran estos procesos de intercambio cultural. Lo cual no es bueno ni malo, sólo es algo que pasa.

Y mientras que los reclamos a la reforma se limitan al repudio ciego a lo exógeno, otro punto que se me hace preocupante, es que no he visto que alguien se pronuncie a favor de las posibles implicaciones que esta reforma podría tener en los ecosistemas costeros, por demás amenazados, frágiles, erosionados, deteriorados y sobreexplotados, lo cual es responsabilidad directa tanto de instituciones de gobierno como por la sociedad civil. Si bien no considero que el establecimiento de extranjeros bajo el esquema que estipula esta reforma en las costas represente una amenaza seria para el equilibrio ecológico, sí me llama la atención que los quejumbrosos no hayan incluido la defensa del ambiente en su agenda de activismo de sofá.

En el caso muy particular de la costa yucateca, durante los últimos treinta años, tanto sociedad como gobierno nos hemos dedicado a depredar de una manera voraz los ecosistemas del litoral. La costa, en lugar de un espacio de conservación es un estacionamiento para las discotecas, el caño de las terminales portuarias, y el destino último de los deshechos de las bacanales vacacionales. De toda la gente que habita, lucra, subsiste o se recrea en la costa, sería interesante saber cuánta conoce un pequeño documento llamado POETCY (se los dejo de tarea), ya no digamos cuánta gente pone en práctica sus disposiciones.

En cuanto a los extranjeros establecidos en la franja costera yucateca, con la debida precaución de no generalizar (hay de todo en la viña del señor), me atrevo a citar ejemplos de acciones de los foráneos que han revitalizado estos espacios. En primer lugar, casi nunca construyen nuevos inmuebles, sino que han rehabilitado aquellos hogares vacacionales desechados por sus dueños originales, convirtiendo zonas fantasmas en colonias con vida. También conozco extranjeros que en estos espacios han implementado huertos caseros, talleres para los niños de las localidades cercanas, así como grupos de colaboración para el desarrollo de las comunidades costeras (sumidas en una delicada situación económica debido a la sobreexplotación de sus recursos).

Incluso si son unos amargados que odian a los nativos, representan una derrama económica importante para los locales. Además, la mayoría son personas de la tercera edad retiradas, difícilmente colonizarán procreando, y si lo hicieran ¿cuál es problema? Si alguien tiene la respuesta a esto, sería interesante un argumento libre de cualquier tinte xenofóbico.

A manera de conclusión, ¡qué bueno que seamos críticos con el gobierno! Pero qué flojera que nuestro “deber cívico” se limite a compartir imágenes sensacionalsitas en Facebook, en especial con poca información en el tema. Creo que es importante que todos estemos informados sobre los procesos coyunturales que nos afectan como ciudadanía, y es válida la diversidad de opiniones, en especial aquellas que están sustentadas. Esta es la mía, gracias por haberse tomado la molestia de revisarla y retroalimentarme.

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