miércoles, 3 de agosto de 2011

Le me & le internet

No recuerdo el año exacto, pero indudablemente eran los noventa. En la oficina había una novedosa IBM con Windows 93, y ahí fue donde me conecté a Internet por primera vez. Recuerdo algunas páginas como la del Diario de Yucatán, Discovery Kids, Disney, etc. Creo que más o menos a partir del 98 fue cuando ya llegó el Internet a la casa, en computadoras más similares a las actuales.

Los siguientes años la experiencia en línea no varió mucho. Durante toda la secundaria conectarse a Internet era un asunto serio. Tenía que existir un consenso, pues la línea telefónica quedaba acaparada, además de que la llamada representaba un costo. Uno se conectaba para acciones concretas: investigar algo para la tarea, mandar un correo, buscar una imagen, etc. Tan pronto como los 25 kb por segundo permitían realizar la empresa, se acababa la visita al ciberespacio.

Tercero de secundaria fue el año en el que conocí el Internet de banda ancha. Usar Internet sin ocupar la línea telefónica sonaba tan absurdo como pensar en tener la tele prendida sin estar enchufada a la corriente, o respirar debajo del agua. Además, ver una página cargada justo al hacer click era lo más parecido a cuando el Halcón milenario viajaba a la velocidad de la luz. Esta exótica tecnología todavía estaba lejana a los hogares promedio, por un buen tiempo sólo tuve acceso a ella a través de cinco modestas computadoras del Piaget.

Al llegar primero de prepa fue el momento de la revelación. Cada recibo de Telmex llegaba con mínimo 200 llamadas al número del Internet. Definitivamente resultaba más económico contratar uno de los novedosos paquetes con banda ancha. He de confesarlo, instalar el kit fue realmente emocionante. Todo cambió a partir de ese momento. Ahora cuando queríamos bajar una canción, bastaba con escribir el nombre en limewire, y en máximo dos minutos la canción ya estaba ahí, no en veinte o cuarenta minutos como antes, lo mismo con los videos en línea. Pero sin duda lo más revolucionario era saber que la computadora estaba siempre conectada las 24 horas, la sensación se compara a tener pizzas calientitas todo el día, o algo por el estilo.

Y así comenzó la ciber vagancia, empezaron a proliferar las visitas a las páginas de chistes y de series de televisión, así como las incipientes redes sociales como Livejournal o un YouTube que no era propiedad de Google. Y zaz, que llega 2007 con todo y Facebook. En aquellas épocas el citado término de “red social” era tan familiar para la gente promedio como lo es hoy en día “xix de sebo”. Sin embargo, ya estaban entre nosotros, o debo decir, ya estábamos en ellas. Ya tenían su buen público plataformas como Blogger, MySpace, Hi5, Fotolog, e incluso –aunque en menor medida- el propio Twitter.



Así pues, el Facebook que conocí ese año sólo se parecía al de hoy en la paleta de colores. No había chat, sólo estaba disponible en inglés, el hit eran las third party applications, el status debía empezar forzosamente con “is”, sólo existía la versión de PC (o sea nada de versiones para dispositivos móviles) y el 90% de los usuarios tenían entre 17 y 25 años (nada de papás ni hermanitos). Y aún así, ya desde 2007 aquellos sin Facebook “no existían”.

Y sin afán de entrar a un análisis serio de cómo el Internet ha reconfigurado nuestra realidad, me despediré compartiendo una breve reflexión. Ayer me di cuenta que antes cuando hacíamos el ridículo en público, el peor enemigo era la memoria colectiva. Hoy ya no sólo estamos expuestos a que un amigo comparta nuestras vergüenzas a través de fotos o videos en línea, sino que con tantos dispositivos y aparatitos cualquier desconocido en cualquier momento y lugar puede captarnos y propagarnos en Internet, con la posibilidad de convertirnos en un meme jajajajajaja


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